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            |  Fondo de Resguardo Profesional - Articulos de Interés |  "Crónica  de una muerte anunciada" (Fantasía  de García Márquez... ¿o realidad?)         En una  publicación anterior y para referirnos al tema "Oblitos" intitulamos  el artículo haciendo un paralelo con aquella película que en 1993  protagonizaran Marcello Mastroiani y Luisina Brando: "De eso no se  habla"; el guión se desarrollaba en la década del 30 y mostraba la  realidad de una viuda que teniendo una hija enana ocultaba el hecho haciendo  llevar a la menor una vida "normal" como si nada pasara con la triste  realidad de la niña; tratamos entonces de transmitir que, al igual que en el  film, el oblito conformaba una suerte de oprobio o mancha, en este caso para el  cirujano, que lo ignora como posible y real hasta que la complicación se hace  incuestionable y llega la sentencia judicial. Y el  mensaje intentó ser que, aunque triste o desafortunado, en medicina existen realidades  con las que hay que saber convivir, sobrellevar y resolver, con el solo  requisito de aceptarlas como tal, y tomar las previsiones necesarias para  evitar males mayores.
 Siguiendo  una línea similar hoy decidimos para darle un nombre a este artículo, tomar  como referencia aquella obra literaria que en 1981 publicara el genial Gabriel  García Márquez: "Crónica de una muerte anunciada". Quienes hayan  leído la obra recordarán que se trataba de lo que le tocó vivir al personaje,  el joven Santiago Nasar: los gemelos Vicario anunciaron que habrían de matarlo  para vengar la deshonra de su hermana; todo el pueblo sabía que se estaba  gestando su muerte, y nadie hizo nada para evitarlo; lo sabían los vecinos, lo  sabía el policía del pueblo, se conocía a los potenciales homicidas quienes  además divulgaban sus intenciones, y aún así el asesinato de Santiago se  consumó.
 Salvando  las distancias, toda vez que un acto médico disvalioso casi nunca es  consecuencia un accionar doloso ni realizado en el marco de una complicidad  voluntaria, algo asimilable ocurre con extremada frecuencia en ciertos centros  asistenciales (públicos y privados) con la tan mentada "...conducta  expectante..." o bien con el clásico "...compensar el estado general  para decidir conducta..."
  No existe  duda alguna que en muchas ocasiones se hace necesario compensar a un enfermo,  cuando el tiempo lo permita, para ponerlo en mejores condiciones de enfrentar,  por ejemplo, una contingencia quirúrgica. A nadie se le ocurriría operar una  hernia no complicada a quién el día anterior padeciera un infarto.En igual  sentido tampoco se discute que otras tantas veces un diagnóstico incierto  obliga a adoptar una conducta expectante hasta tanto la aparición de  determinados signos, síntomas o exámenes complementarios diluciden la duda, y  de este modo se propenda a un mejor proveer con el paciente.
 Pero el  enigma es: ¿qué sucede con el paciente crítico cuya única solución es una  intervención quirúrgica de urgencia, al margen de que exista una posibilidad en  cien mil de sacarlo adelante...?, ¿se puede perder tiempo en aras de  "ponerlo en condiciones quirúrgicas"...?
 O, ¿cuál es la real dimensión de una actitud médica absolutamente lícita, tal  cual la conducta expectante, ante cuadros de diagnóstico incierto...?
 O, ¿qué procedimiento se adoptó ante un frustrado pedido de derivación en un  paciente con potencial peligro de vida..?
 En la  experiencia de nuestro FRP existen sobrados ejemplos al respecto:a) Paciente séptico con claro foco abdominal, en pésimo estado general y en el  que se decidió "compensarlo" en terapia antes de operarlo. A las tres  horas falleció.
 b) Paciente con hemorragia intraabdominal lenta y progresiva a consecuencia de  una herida de arma blanca, al que como única medida activa se trató de  "compensar hemodinámicamente" con transfusiones y expansores mientras  el hematocrito continuaba descendiendo, y se gestionaban estudios por imágenes  (TAC) a pedido del cirujano, en centros asistenciales de vecindad. A las quince  horas de su ingreso al hospital falleció.
 c) Menor de edad que recibiera una lesión contuso punzante en el precordio y  sobre el que alguien decidió adoptar una "conducta expectante" de la  que en definitiva nadie se hizo cargo, hasta que el taponamiento cardíaco  terminó con su vida a las cinco horas de ingresar al hospital.
 d) Pedido de traslado a una unidad de Terapia Intensiva con resultado negativo,  obrando tan solo en la historia clínica un asiento a las 19.00 hs. de un día en  el que se consigna: "Paciente en mal estado general. Se pide cama en  Terapia a todos los centros de la localidad...", y a renglón seguido el  asiento de otro profesional a las 08.00 hs. del día siguiente, y con el enfermo  aún en piso: "...Paciente en pésimo estado general...se constata  óbito..."
 e) Pedido de interconsulta a cirugía general en formulario "ad hoc"  por diagnóstico presuntivo de abdomen agudo quirúrgico y bache documental de 48  horas hasta la evaluación del cirujano.
 Y así, decenas de casos. Independientemente de los ejemplos que por cierto son  muchos, todos los pacientes fallecieron y todos los médicos actuantes son  juzgados por no haber adoptado la o las conductas adecuadas.Debemos  entonces reflexionar: quién va a juzgar nuestro desempeño no es médico y razona  con la lógica que lo haría cualquier lego; cuando ante el estrado judicial  tratamos de brindar explicaciones al respecto diciendo que el enfermo estaba  grave y que en tales condiciones no "habría" soportado una operación,  la pregunta que surge desde la convicción del juzgador es: ¿Dr., si el paciente  "habría de morir" de cualquier modo y no existía otra forma de  resolver la patología, por qué no intentó la operación aún a expensas de las  remotísimas posibilidades de éxito...?. ¿Por qué le restó esa, aunque  infinitesimal, pero posible chance...? Y aunque nos cueste aceptarlo, la  pregunta es más que razonable para quién no sabe de estados hemodinámicos, de  shock irreversibles, de utilidad o no de exámenes complementarios, etc.
 En igual sentido ¿qué le diremos a un juez si asentamos conducta expectante y  luego no observamos la evolución de nuestro enfermo, y éste se complica o  fallece?.
 O, ¿qué  explicación podremos dar si ante los frustrados intentos de conseguir una cama  en terapia, lo único que asentamos en la historia clínica es que no la pudimos  conseguir?
 O, ¿cuál será nuestra respuesta si pedimos interconsulta a un especialista y no  nos aseguramos que la misma se concrete en tiempo y forma?
 No  pretendemos con este artículo establecer pauta de conducta diagnóstica,  algoritmos o terapéutica alguna. Los tratados especializados sobreabundan al  respecto. Intentamos tan solo apelar a la reflexión de los colegas; y por ello,  volviendo a los ejemplos, planteamos los siguientes interrogantes:
 Si sabemos que la causa por la cual nuestro enfermo se está descompensando  progresivamente es una hemorragia intraabdominal por herida de arma blanca al  punto de necesitar transfusiones y expansores, ¿modificará nuestra conducta el  resultado de una TAC?; o esta última lo único que aportará es un indicio de  eventual colección y cualquiera sea el resultado lo tendremos que explorar,  antes o después.
  Si tenemos acabada conciencia que el paciente presenta un foco abdominal  responsable de la sepsis en instancias en que el shock se está tornando  irreversible, ¿tenemos la capacidad divina de acertar con certeza absoluta de  que en terapia se logrará mejorar su estado general y diferir en consecuencia  el drenaje del foco?.¿No  resultará en estos casos más razonable llevar el paciente a cirugía, y que en  este ámbito tanto el anestesiólogo como el terapista implementen mínimas  medidas de sostén con el equipo quirúrgico presente y listo para actuar, para  llevar adelante la operación o práctica que mejor se adecue al caso en cuestión  y en el momento oportuno?.
 Nadie puede dudar, y sería por demás arcaico hacerlo, que la tecnología aportó  grandes adelantos, lo que por un lado facilita enormemente la tarea médica y  por otro aporta grandes beneficios al enfermo. Tampoco se discute que en nuestros  días el trabajo médico es multidisciplinario y los especialistas en terapia  intensiva son quizá los destinatarios ideales para la compensación de los  enfermos críticos.
  Pero,  ¿hasta que punto sabemos que un paciente descompensado se podrá mejorar en la  terapia?; ¿cuál es el parámetro para establecer el punto de no retorno?.En nuestra experiencia como peritos médicos y letrados del FRP hemos visto que  los casos de responsabilidad profesional en que se plantearon estos  interrogantes el paciente siempre falleció, a las pocas horas o peor aún a los  pocos días en que se decidió "compensarlo" antes de operarlo.
  Y ¿qué reflejan la mayoría de las historias clínicas?: que a una determinada  hora se hizo la indicación de "...trasladar a terapia y compensar para decidir  conducta...". Pero la subsiguiente evaluación (de existir) fue en el mejor  de los casos quizá a las tres o cuatro horas (tal vez luego de atender el  consultorio, tal vez luego de hacer la recorrida de sala, tal vez luego de  intervenir a otro enfermo); y en el momento de llegar para "decidir la  conducta" la cama del paciente problema ya se encontraba vacía.  Esto nos  lleva inexorablemente entonces a una nueva reflexión: o decidimos de entrada  que el paciente está fuera de toda posibilidad quirúrgica, asentando y  fundamentando en la historia clínica todo aquello que nos lleve a esa  conclusión a la par de notificar fehacientemente a los familiares en tal  sentido, o nos quedamos junto al enfermo a constatar personalmente la evolución  de la "compensación" que indicáramos, y anotamos en la historia  minuto a minuto los resultados que se van obteniendo para que "la conducta  que se vaya a decidir" lo sea sobre bases sólidas. Caso contrario el hiato  documental entre la indicación y el fallecimiento nos comprometerá  incuestionablemente a la hora del juicio por responsabilidad profesional.Y un apartado especial merece la llamada "conducta expectante". ¿Qué  se entiende por conducta expectante?, o ¿quién es el que debe  "expectar"?.
 Si  apelamos al diccionario de la lengua veremos que el término  "expectante" proviene del latín "exspectans, -antis, part. act.  de exspectare, observar"; y en su primera acepción significa: "..que  está observando, o está a la mira de algo.."; y en referencia especial a  nuestra profesión: "Actitud, medicina expectante"
  De modo  que, atento al significado del término, cuando ante un enfermo decidimos una  conducta expectante no estamos diciendo otra cosa que adoptaremos la actitud de  observarlo a la espera o a la mira de algo. Ello es muy lícito y puede suceder  a diario ante determinadas patologías; pero esa "observación a la espera  de algo" ¿la hacemos como corresponde?; conforme al cuadro clínico  ¿"observamos" con la frecuencia que corresponde?; ¿o lo asentamos hoy  en la historia y volvemos a "observar" mañana...?; ¿y si el  "algo" que esperamos sucedió cuando dejamos el nosocomio y nadie nos  avisó?. Por la historia clínica resultará a las claras que asumimos el  compromiso de adoptar la actitud de observar, sucedió el "algo" sobre  cuya mira estábamos, no hicimos nada al respecto y el paciente falleció o se  complicó. Y en forma categórica podemos afirmar desde nuestra experiencia, que  en modo alguno podremos convencer al juzgador que la "expectación"  habría quedado eventualmente en manos de terceros (llámese médico de guardia,  de UTI, etc.) si así no lo hicimos constar debidamente en la historia clínica.¡¡¡ No  olvidar que siempre nos juzgan a la luz de un resultado conocido.!!!
         Dicho de otra forma, si un determinado proceso amerita fundamentadamente que se  adopte una conducta expectante, esta última lo es a título exclusivamente  personal y queda a cargo de quién la decidió, a menos que en la historia  clínica quede claramente asentado que la actitud de observar al enfermo es  transferida a otro profesional, quién deberá consolidar con su rúbrica que  asume el compromiso de continuar la observación, o si se prefiere la  "expectación".  Si  queremos ahondar aún más y conforme a nuestro diccionario "estar a la  expectativa" significa "mantenerse sin actuar ni tomar una  determinación hasta ver que sucede". Por lo tanto resultará más que claro  que para "ver que sucede" a efectos de tomar una determinación, hay  que estar presente cuando suceda lo que se espera y actuar en consecuencia. De  no hacer así no tendremos explicación alguna que brindar a quién nos juzgue.  Nunca  olvidemos lo que tantas veces decimos: nuestro desempeño tiene un solo modo de  ser medido: las constancias de la historia clínica. Y ello sucede la mayoría de  las veces años después del evento que nos llevó al estrado judicial;  posiblemente para entonces no estarán muchos de aquellos que pudieran  atestiguar que nuestra conducta fue irreprochable.Tan solo  quedará el documento frío y seguramente olvidado. Y será analizado por uno de  nuestros pares: el perito médico designado por el Juez. Independientemente de  las cualidades de este último, si es idóneo o no, si es imparcial o  tendencioso, en su condición de experto no tendrá otra posibilidad que atenerse  a lo que está escrito para expedirse con veracidad. Así lo exige la actividad  pericial. No importará si en su condición de médico es conocedor o no de la  realidad en la que nos desempeñamos; su función es informar a tenor de lo que  tiene a la vista.
  Y lamentablemente, volviendo al parangón de lo que fuera la introducción de  este artículo, muchas historias clínicas no reflejan otra cosa que la crónica  de una muerte anunciada: un progresivo deterioro muchas veces consignado como  tal en el documento, sin que nadie haga nada; o si se prefiere sin que nadie de  los que intervinieron en el acto asistencial surja como participante activo en  el intento de salvar al paciente; conductas expectantes de las que resulta que  los que tenían que "espectar" no lo hicieron, y demás.No podemos  afirmar a ciencia cierta cuáles son los motivos que llevan a situaciones como  esta; quizá sea un problema multifactorial: despersonalización de la medicina,  remuneraciones despreciables que quitan incentivo y obligan a desempeños  múltiples, cúmulo de trabajo que impide una adecuada valoración de casos  críticos, pedidos innecesarios de exámenes complementarios que en nada  cambiarán el rumbo de los acontecimientos y como contrapartida, a la luz de la  "industria del juicio", temor a ser demandados por no pedir tales  estudios, etc., etc. No obstante ello la realidad es que cuando somos llevados  ante la justicia, ninguno de estos eventuales argumentos tiene peso para  decidir nuestra suerte.
 Lo que  resulta seguro es que en la mayoría de los casos de esta índole en la que nos  tocó asistir al colega, se trató de profesionales de incuestionable idoneidad  que por una u otra razón hoy están involucrados judicialmente en situaciones en  las que el deceso del paciente se vislumbra paso a paso en cada renglón de la  historia clínica sin que nada se hiciera (al menos documentalmente) para  evitarlo.
  Y para que  no suceda lo que al personaje de García Márquez debemos extremar las  precauciones: a) Asumir como propia la conducta expectante si así lo decidimos.
 b) Si las razones contractuales impiden al que decidió "expectar"  llevar a cabo la observación personalmente, delegar la responsabilidad en un  tercero adecuado (esto significa alguien idóneo para el caso en cuestión)  haciéndolo constar fehacientemente en la historia clínica con un asiento tal como:  "... xxHs. La observación del paciente queda a cargo del Dr. XXX quién  suscribe al pie de conformidad...".
 c) Estar seguros que una demora para compensar un paciente obrará en su  beneficio y no en su contra.
 d) Asistir personalmente a los resultados de la compensación pretendida  "para decidir conducta".
 e) Agotar las instancias si es necesaria una derivación; en caso de no  concretarse esta última hacer constar los motivos, consignando en la historia  sitios a los que se llamó, nombre y apellido de quienes rechazaron la  derivación, etc.
 e) De ser necesario improvisar una "terapia" personalizada junto al  enfermo.
 f) Y básicamente todos y cada uno de los pasos adoptados volcarlos claramente  en la historia clínica, a la par de informar fehacientemente a la familia de todos  y cada uno de los procedimientos realizados o por realizar.
 
 Estimados  colegas, como conclusión: no permitamos que nuestro enfermo se transforme en el  personaje literario que encarnaba a Santiago Nasar; no permitamos que se piense  que los médicos somos una suerte de gemelos Vicario; no permitamos que se crea  que somos parte de aquel pueblo caribeño en el que todos sabían lo que iba a  suceder y nadie actuó para evitarlo; en una palabra no hagamos que nuestra  historia clínica sea un émulo de la obra del genial colombiano; desterremos de  la historia clínica la fatalidad como contenido del relato.Definitivamente  no permitamos jamás que un juez o un perito nos diga algún día: " Dr., lo  escrito en su historia clínica no fue más que la Crónica de una muerte anunciada  y Ud. no hizo nada para evitarlo...".
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